Una casona en el centro de la ciudad de Cuautla, Morelos, México. En la entrada, muchas bicicletas estacionadas en un pasillo que nos conduce al foro. Una pequeña charla sobre la danza contemporánea aligera la espera de quienes asistimos a “Cartografías de la imaginación”, programa con que la compañía Malitzi Arte Escénico, finaliza temporada.
Ya instalados en el foro al aire libre, podemos mirar y mirarnos: hay al menos cuatro infantes en el lugar, asistentes de varias partes del estado, incluso del país. Estamos en un patio convertido en foro, una enorme palmera corona esta casa. El sol cae y podemos ver una cocina, cuartos… la intimidad de esta casa, de esta Casa de Arte, sede y hogar de la compañía.
En escena, una guitarra, sola en su atril con una barda de fondo. A un lado, pero fuera del linóleo, un guitarrista. Lentamente, Gerardo Sánchez, intérprete y creador de la pieza se acerca. Comienza a entrar en contacto. El músico hace sonar su guitarra y el bailarín inicia el diálogo. El cuerpo se mueve respondiendo a la música y, en ocasiones, la música sigue el ritmo y compás que marca el cuerpo. “Domesticar” es un diálogo de tres, un trío, aunque en escena miremos solo un cuerpo. Es un falso solo. De esta manera, tenemos a la música/músico, al bailarín y a la guitarra en constante diálogo, en movimiento mutuo, en afección, en conexión. El cuerpo da una de sus cualidades más bellas, una de sus potencialidades más visibles: dejar ser, compartir sus cualidades con otras materias, con otros seres. Así es como la guitarra, un objeto inerte, sin movimiento, toma cuerpo, peso, vitalidad, personalidad y se transforma con el movimiento del bailarín. Es verdaderamente grato presenciar esta revitalización de la materia aparentemente inerte, el cómo el cuerpo revive la memoria de ese objeto que alguna vez fue árbol y canto y viento que albergó y dio vida, y mirar esa madera ser de nuevo movimiento y vida y compañía. “¿Y si un trozo de madera descubre que es un violín?” es un verso que se le atribuye a Antonin Artaud, y aquí la madera descubrió que es música y danza, eso, sin ser tocada, sin que nadie pulsara sus cuerdas, sin descubrirle su esencia de guitarra, su sonido. Ella ahí, siendo, creciendo, y el cuerpo también ahí, danzando, dándose y compartiendo, ambos atravesados por la música. Madera, carne y viento en transformación frente al espectador. Y para finalizar, casi como un ritual, como una comunión, el bailarín con la guitarra en brazos caminando frente al público, ofreciendo ese trozo de sí para que el espectador interactúe y forme parte de la pieza.
Malitzi Arte Escénico tiene 15 años de trabajo. Podría decirse que son una compañía familiar, cuya raíz viene de tres generaciones de mujeres vinculadas al arte, pero la compañía tiene como pilar a Marcelina Benítez Figueroa ―reconocida como Tesoro Humano Vivo 2020 por la Secretaría de Turismo y Cultura de Morelos―, así, madres e hijos construyen la casa que es Malitzi Arte Escénico.
Y con esto en mente inició la siguiente pieza “Trenza”, de Isabel Monge, interpretada por Liliana Abundez, Sandra Govill y Karen Montiel. El título es muy ilustrativo de lo que se representó. “Trenza” es un “tejido que resulta de entrelazar tres hilos u otra cosa parecida pasándolos unos sobre los otros alternativamente y apretándolos”. Así, tres mujeres tejen sus afectos, su relación y su cuidado mutuo. No es el mismo camino, no es el mismo movimiento, cada una llega de lugares diferentes para encontrarse, saben que lo harán, buscan el encuentro. “Trenza” es una danza de afectos, de cuidados, una danza de sonrisas. Las bailarinas llegan al escenario sonrientes, felices del encuentro; se miran, se sienten, se tocan. Dan esa sensación de familiaridad, de cercanía. La danza comienza con el contacto visual, con ese reconocimiento mutuo, con las sonrisas que preparan los cuerpos antes de tocarse y moverse. Ahí está la disposición de los cuerpos, la antesala del movimiento que si pudiéramos mirar, tendría la forma de las manos que tomarán las hebras para comenzar su tejido; sin embargo, frente a nosotros, tres mujeres caminan para encontrarse. Al hacerlo, trenzan sus cabellos, se tocan, comienzan a ser una. Bailan. Se cargan, se sostienen. La pieza su vuelve conmovedora, entrañable, pues muestra también otra parte del afecto y la afección: la vulnerabilidad y el cuidado. En tiempos del individualismo y el culto a la juventud, tendemos a olvidar quiénes somos y de dónde venimos, que somos gracias a los demás, que hubo quienes dieron mucho de sí para formarnos, para ayudarnos a ser quienes somos hoy, que nadie nace ni se hace solo, y que esas personas que han estado ahí (quizá desde nuestra infancia), en algún momento necesitarán de nosotros, de nuestra atención, nuestro cuidado, de nuestra gratitud, de nuestro amor. ¿Qué nos une a las personas que amamos? ¿Qué nos trenza con ellas? Y por otro lado, ¿qué nos separa? ¿Qué nos vuelve indiferentes a la enfermedad o la vida de quien nos cuidó, nos educó? ¿O qué nos vuelve indiferentes ante la vida o el dolor ajeno?
Trenza es un obra vital, colectiva, afectiva, de pesos y contrapesos, de cuerpos plenos y cuerpos en declive, de piso y cargadas, de sonrisas y preocupaciones, pero, sobre todo, de actos, de memoria, de gratitud y entendimiento de la vida colectiva, de los seres que somos con y para las otras, los otros, y las acciones que desde ese lugar hay que tomar.
Casa de Arte, sede de la compañía, parece haberse levantado desde ese entendimiento colectivo, desde ese sentido familiar. Y se abre no sólo para las artes escénicas, sino para el tejido social. Un espacio para seguir.
Para la siguiente obra, Andrés de la Cruz preguntó al público “¿Qué sienten al bailar?” Las variadas respuestas fueron el calentamiento del solo que, junto a la siguiente pieza Anatomía de una huella, puso en el centro el goce del bailar, la alegría del cuerpo, también con el contraste instrospectivo, con el ensimismamiento que habla.
Al final, el goce de nuevo, el baile colectivo compañía-público que siempre parece corto e insuficiente.
En la charla al finalizar, comentaron que un elemento importante de la compañía es la escucha, y creo que eso quedó muy claro en todas las piezas: escucha cuerpo-carne-aire, escucha intergeneracional, escucha intérprete-público. Y con esa consigna nos quedamos, con ese ejemplo salimos y queda la pregunta: ¿Qué tanto escuchamos? ¿De verdad escuchas?