Jaime López “a solas on the rock”

“Y al principio fue el Rock…”

Y en ese génesis ya estaba Jaime López, quizá un niño pateando piedras rodantes, un joven con un mundo distinto en la cabeza. Ese joven que se mudó a la ciudad de México para convertirse en uno de sus más grandes cronistas. Del puerto a la ciudad, el mar crecido en el asfalto donde aterrizó el morro rebelde: “Venía a hacer la prepa como buen campeón / (y si la hice pero afuera del salón); / allá en ’69 el cielo era un gis, / qué más podía hacer un ínfimo infeliz / que estar acarnalado con el rock n’ roll, / que nunca se ha llevado con el pizarrón”.

Lo que es un hecho indudable es que, con el tiempo y harto trabajo a cuestas, Jaime López se ha convertido en un pilar fundamental de nuestro rock nacional. Eso nos quedó más que claro a quienes asistimos la noche del 10 de julio al Centro Cultural Teopanzolco de Cuernavaca, Morelos. Como vacuna antipandémica, Jaime se presentó en un concierto acústico “a solas on the rock”, y así lo bebimos, derecho, y entramos en la embriaguez de sus letras banqueteras, poéticas, rasposas y arrabaleras. Salud.

En una entrevista hace un tiempo declaró que, en el escenario, “aunque estés vestido estás desnudo”. Y qué mejor manera de comenzar un acústico que por el principio, no del concierto, sino de los tiempos: el hombre, su cuerpo, su voz, el instrumento más antiguo y hermoso. Jaime López se plantó en el escenario solo, desnudo, para transportarnos al inicio de los tiempos, donde el rock ya era (con chamarra de cuero). Desde las piernas del escenario salió bailador, arrabalero con su armónica y la percusión de sus pies en el escenario.

En esta parte, fue inevitable pensar, ¿qué es el rock?, ¿en qué se ha convertido?, ¿qué lo hace?, ¿es una cuestión de actitud?, ¿de ritmos?, ¿de líricas?, ¿una conjunción de instrumentos (bajo, guitarra, batería) y volumen alto? En estos tiempos cada vez es más difícil responder en medio del entramado de intereses económicos, productos de la industria, intereses genuinos y mezcla de ritmos que han vuelto más resbaloso el concepto de lo que es el rock (valen como ejemplo los carteles de los grandes festivales de rock o la programación de las estaciones de radio del género, donde parece que el rock va cediendo espacios). Quizá este paréntesis esté de más hablando de Jaime López, pues es uno de los autores que más ha impulsado la inclusión de otros géneros en el rock. No en vano declaró en el concierto “Y al principio fue la balada”, género que también nos dio patria, para arrancarse a bolerear. En resumen, López es de los primeros músicos que combatió la cerrazón del género rocanrolero. Sin embargo, no estuvimos en un concierto de otro género, sino de rock, un rock piporrero (lo digo con todo respeto), mezcla del más clásico rock chuckberriano, con toques norteños, bluesero, tropiranchero, humor de barrio, con taconazo, chasqueos y poesía incluida. Los que presenciamos el concierto sabíamos, a pesar de la mixtura genérica, que estábamos adorando al dios del rock. Y es que no hizo falta distorsión ni parafernalia. Un hombre y su guitarra acústica bastaron.

Así nos llevó el López por su historia musical y escuchamos A la orilla de la carretera, Arando al aire, La 1ª calle de la soledad, Aguas revueltas, Corazón de cacto, entre otras.  Dos horas que bebimos “on the rock”, como el rehabilitado que vuelve a encontrarse con el vicio después de un largo encierro.

Un climax de la noche fue cuando de un jalón cantó Hechicera, Malafacha y Chilanga banda. Un bloque banquetero, chilanguero, acompañado solo de los aplausos rítmicos del público. Ahí el Sr. López nos enseñó por qué su nombre pesa tanto en la escena.

Un verdadero placer ver a este Malafacha en plena madurez creativa e interpretativa. El escenario se hizo chico, creo que pocos cantautores o cantantes tienen esa capacidad en la voz, esa creatividad para hacer de ésta, un instrumento rico, diverso, lleno de matices. En la voz se asomó el jugueteo de Tin Tan, la gravedad de Waits, la ñerez del Profeta del nopal, unido con la maestría misma de Jaime López, todo marinado con tiempo, mucho tiempo, alcohol y cigarrillos.

Cualquier persona que aspire a subirse a un escenario debe, obligatoriamente, asistir a un concierto de López que con sus seis décadas a cuestas se mostró como el monstruo que es. Obligación es escuchar su música, deshebrar sus letras. Tengo la impresión de que Jaime López es como el Quijote: muchos hablan de él pero nadie lo ha leído. Muchos están conscientes del valor de este músico, pero pocos conocen su obra. La tarea es entender por qué es un autor de culto, por qué los grandes lo admiran y por qué se ha ganado un lugar fundamental en el panteón del rock nacional.

Al final y a petición del público, Sácalo.

Arriba del escenario, gratitud y entrega; en las butacas, respeto y admiración. Así terminó la noche en que Jaime López nos mostró que tiene la edad del rocanrol.

Y es que sólo basta tomarse un tiempo para escuchar y reconocer que tenemos una deuda enorme con quien ha contribuido de una manera enorme a ensanchar, pulir y dar dignidad a eso que hoy llamamos rock mexicano.

Dichosos quienes presenciaron y vivieron a este monstruo por un par de horas.

“…Y al final queda el Rock.”

Fabián Guerrero

Editor y lector

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